Autor: Exekias (firmado en el pie: “Exekias me hizo”)
Cronología: 540-530 a.C.
Localización: Munich Antikensammlungen.
Medidas: altura 13,6cm. diámetro 30,5cm.
Procedencia: producido en Atenas y hallado en una tumba etrusca en Vulci.
En el tondo o círculo: según un himno homérico, Dionisos fue secuestrado por piratas. Furioso, hizo brotar vides del mástil y los piratas que se tiraron al mar, fueron convertidos en delfines.
Parte posterior: bajo las asas, seis guerreros se disputan un cadáver. Entre las asas dos enormes ojos con función apotropaica, protegen al bebedor al inclinar la copa cuando este pierde el contacto visual con los que le rodean y puede ser vulnerable. En los talleres, la alfarería y la pintura eran oficios separados, pero en este caso, Exekias modeló y pintó él mismo el vaso.
Ya en la antigüedad, los vasos griegos gozaron de un gran prestigio y eran muy demandados y exportados por toda el área mediterránea. En sus formas y escenas pintadas, podemos apreciar una insuperable calidad técnica y artística, además de ofrecernos valiosa información sobre su cultura y modo de vida.
Técnica: las canteras de arcilla se hallaban cerca del barrio del cerámico en Atenas. Depositada en balsas y una vez lavada, depurada y decantada de impurezas estaba lista para su uso.
Una porción de barro se amasaba para eliminar burbujas de aire de su interior y así de forma homogénea se formaba una pella de barro. Esta se colocaba sobre el torno y con un giro rápido y continuo más la habilidad del alfarero, daba forma a la pieza. Las asas y el pie eran modelados por separado y se ensamblaban pegándolos con barbotina. La pieza se bruñía, dejando una superficie lisa y brillante; se dejaba secar lentamente evitando provocar grietas y roturas.
Una vez seca y en manos del pintor, dibujaba en su superficie adaptándose a la forma de la pieza. El artesano aplicaba el engobe de forma virtuosa sobre el fondo rojizo de la terracota. Pinceles grandes, pequeños, esponjas, tampones e incluso un bigote de liebre con el que hacía líneas perfectas y nítidas eran sus herramientas. Los detalles de la anatomía o los vestidos se conseguían haciendo finas incisiones con un punzón sobre el engobe seco.
La cocción era la parte más arriesgada y delicada del proceso; de ella dependía obtener una obra maestra o una pieza inservible. Los hornos eran de cúpula y con planta circular, alimentados con leña. Tenían una chimenea en la zona superior para la salida de gases. Unos pequeños orificios permitían saber la temperatura en el interior observando el color del fuego. La temperatura aumentaba lenta y progresivamente hasta alcanzar los 950-1000ºC. en una atmósfera oxidante. Una vez alcanzada, se cerraban los orificios y se añadía leña verde y hojas para producir humo. Ahora la atmósfera era reductora con intercambio de oxígeno por carbono; el óxido de hierro de las piezas se convertía en óxido ferroso negro y los engobes quedaban vidriados.
El tiempo de reducción era variable, dependiendo del tipo de carga y el tamaño del horno. Acabado el proceso, se dejaba de alimentar el horno y se abría de nuevo la chimenea para que entrase aire en el horno. La arcilla de la pieza se reoxidaba y quedaba roja, pero la parte decorada con engobe permanecía negra e inalterable. El enfriamiento del horno tenía que ser gradual y lento. Para extraer las piezas había que esperar uno o dos días.