Pocas figuras mitológicas han generado en el arte una iconografía más fecunda y con tantos matices como la de la diosa griega Artemis, más tarde llamada Diana por los romanos.
Su origen se hunde en la huida constante y el dolor de su madre, Leto, que fue seducida por Zeus, embarazada de mellizos y perseguida por la implacable Hera, siendo arrojada a vagar por la Tierra, sin encontrar cobijo ni descanso, sin asistencia, con miedo a la venganza, experimentando el sufrimiento de parir sola en la isla de Delos.
Diana nació la primera y se prestó a ayudar a su madre para alumbrar a su hermano Apolo. Horrorizada por los dolores del parto y los gritos de su madre, pidió a su padre Zeus permanecer eternamente virgen y no sufrir ese duro trance.
Así surgió la diosa, temperamental, salvaje, cazadora, habitante de los bosques y montañas, reina de los animales y celosa de su intimidad y pureza virginal.
Vestida con túnica corta, armada con arco y flechas y siempre rodeada de su cortejo de Ninfas, protagonizó muchos mitos y leyendas y, tal vez, el dramático episodio vivido por el joven Acteón, sea uno de los más plasmados en el arte mitológico.
El atrevido cazador pagó con su vida la osadía de contemplar a la diosa desnuda que tomaba un baño en un manantial. Al ser descubierto, Diana, avergonzada y furiosa, lo convirtió en ciervo y acabó devorado por sus propios perros.
Se le representa vestida y castigando a Acteón en el relieve de una metopa del templo de Selimunte (470 – 460 a.C.) o en varias escenas pintadas en vasos cerámicos de figuras rojas; en ellos encontramos la transformación de Acteón en ciervo desde el siglo V a.C.
En la musivaria romana, sin embargo, se representa a la diosa desnuda, bañándose con sus ninfas, con Acteón escondido y observando.
En la villa romana de Carranque (Toledo) del siglo IV, encontramos en el cubiculum de Materno, señor de la villa, un mosaico con cuatro figuras femeninas, desnudas: dos ninfas bañando a la diosa y una tercera señalando a Acteón, agazapado y medio oculto tras las rocas (fig. 1).
Fig. 1 Villa Romana de Carranque, baño de Diana
Con la misma temática y algunas variaciones de composición y estilo encontramos un mosaico del siglo III en Volubilis (Marruecos) (fig. 2) y en una fuente de los siglos IV-V en Tingad (Argelia) se ve el rostro de Acteón reflejándose en el agua del estanque mientras Diana, sorprendida, intenta cubrir su sexo (fig.3).
Fig. 2 Diana en el baño, Volubilis
Fig. 3 Fuente de Tingad
Otro mosaico del siglo III, este procedente de Philippopolis (Siria), muestra a una Diana desnuda y enjoyada, rodeada de sus ninfas y a Acteón ya con cornamenta, tras unos arbustos (fig. 4).
Fig. 4 Mosaico de Philippopolis, siglo III
Entre las pinturas murales romanas, una de las más destacadas es la que se halló en el jardín de Salustio, en Pompeya, del siglo I, contiene la narración de dos escenas simultáneas: el cazador espiando a Diana tras unos arbustos y él mismo cuando es atacado por sus perros (fig. 5).
Fig. 5 Pintura mural Pompeya, siglo I
A partir del Renacimiento, su figura iconográfica es de nuevo estudiada y rescatada para las artes; los artistas están interesados y atraídos por la imagen de Diana sorprendida en el baño; quizás la mitología servía de excusa para mostrar un cuerpo desnudo, descubriéndose a lo largo del tiempo una evolución en el desnudo femenino, que abarca desde la mirada casta y púdica hasta la voluptuosidad, sensualidad y erotismo.
Tal vez para evitar confusiones con otros sucesos protagonizados por Diana y que tuvieron lugar en parajes parecidos (Diana y Calisto, Diana y su cortejo sorprendidas por los Sátiros…) a Acteón siempre se le representa con cuernos de ciervo: a veces incipientes, otras desarrollados, en algún caso con la cabeza totalmente transformada e incluso alguna vez podemos contemplarlo ya convertido en ciervo.
El castigo debió ser casi instantáneo, porque la diosa y su séquito continúan desnudas cuando al profanador recién descubierto ya le asoman los cuernos en la frente; o puede tratarse del hecho narrativo que contempla las dos acciones a la vez, el pecado y la venganza en una misma escena.
Como excepciones a este hecho,con Acteón sin transformar, podemos citar un óleo de Ticiano: “Diana y Acteón” realizado entre 1556 y 1559, dentro de la serie “Poesías” encargados por Felipe II, donde la belleza femenina resulta la principal protagonista, ya que fue concebida para el disfrute de los sentidos (fig. 6).
Fig. 6 Diana y Actheon, 1556-1559, Tiziano
En “El Baño de Diana” de Pacecco de Rosa, pintor flamenco del siglo XVII, las protagonistas vuelven a ser Diana y su séquito, que se muestran despreocupadas y relajadas, relegando a Acteón a la esquina superior derecha del cuadro, como un vulgar mirón (fig. 7).
Fig. 7 El baño de Diana, Pacecco de Rosa, siglo XVII
En la composición de Jacob Jordaens de 1640, captura el momento en el que el grupo de mujeres se percata de la cercanía de Acteón; tratan de cubrirse cuando la figura masculina irrumpe en la escena; este no parece azorado o arrepentido de estar allí, sino que fuera un acto voluntario (fig. 8).
Fig. 8 Diana y Actheon, Jacob Jordaens, 1640
Giacomo Ceruli, “El Pitocchetto”, pintó en 1744 “Diana y las ninfas sorprendidas por Acteón”; otra vez el cazador surge detrás de una roca acechando al confiado grupo (fig. 9).
Fig. 9 Diana y las ninfas sorprendidas por Actheon, il Pitocchetto, 1744
Y, por último, Jules Joseph le Febvre, con su creación “Diane surprise” de 1879 (fig. 10). En palabras de la doctora María Isabel Baldasarre (www.bellas.artes.gob.ar)
“… sorprendidas por un supuesto observador que no se muestra en el cuadro, Diana cazadora y su cortejo intentan cubrirse púdicamente… En realidad, esta aludida presencia masculina, no era más que una excusa moralizante para legitimar la exhibición de tantos desnudos, así como eran las flechas, el venado muerto y la pequeña luna sobre la frente de Diana, atributos que legitiman el título y pasan desapercibidos”.
Fig. 10 Diana sorprendida, Jules Joseph Lefebvre, 1879
De este modo, la iconografía de Diana y Acteón ha ido evolucionando desde el aspecto mitológico que evidencia el cruel castigo y la divina venganza sobre un pobre mortal, hasta la mirada más carnal y seductora, donde lo importante no es la narración del mito, sino el placer de descubrir la misma escena que contempló el desgraciado Acteón, aunque esta vez, con total impunidad.